"Nunca sabrías que tengo depresión. No hay que tener un aspecto determinado. A veces, el día que «parezco» menos deprimido es cuando lo estoy pasando peor. Soy bueno llevando una vida «normal», intentando adaptarme. Escondiéndome detrás de risas y sonrisas falsas.
¿Por qué lo oculto? Supongo que es el orgullo. Los hombres no pueden estar deprimidos. Admitir que tengo depresión significa que no soy un buen marido o padre, porque debería poder hacerlo todo, ¿verdad? Eso es lo que creo.
La música es mi vida. Es quién soy. Por eso la enseño, supongo. Tengo una pequeña flauta de madera que mis abuelos me dieron cuando tenía unos 10 años y todavía la toco cuando me siento decaído. Es algo placentero, improvisar de una nota a la siguiente.
No hay palabras para expresar cómo me siento cuando estoy abatido. Tengo la mente completamente desbordada. Los pensamientos y recuerdos fluyen desde los rincones más oscuros de mi mente. Tengo que luchar conmigo mismo para no ahogarme en la oscuridad.
Cuando esto sucede, me vuelvo insoportable. Pierdo totalmente el control de mis emociones. Me agito y me pongo irritable con estos arrebatos irracionales que mi mujer y mis hijos no entienden. Incluso lo más mínimo me desanima. Es agotador.
Pero otras veces paso de estar enfadado a deprimido y desafiante... Tengo estas descargas de energía que me perturban. Yendo de un lado a otro en la clase, fingiendo emoción cuando alguien da la nota correcta. Esperando alejarme del abismo.
Uno de los aspectos más frustrantes de mi depresión es su imprevisibilidad. Puede ser cruel e implacable. Hablar de ello nunca ha ayudado. Y nunca desaparecerá pero, con el abordaje adecuado, es manejable.
He pasado 15 años viviendo con un trastorno depresivo mayor para terminar estando más satisfecho conmigo mismo y con mi trabajo. Ha sido un camino largo y difícil, pero ha merecido la pena. Y he sobrevivido. Estoy sobreviviendo".